El 25 de julio es el Día de Galicia y la Festividad del Apóstol Santiago, una de las leyendas en torno a la que surge el fenómeno de la peregrinación del Camino de Santiago hace más de mil años. Tras el supuesto descubrimiento del sepulcro donde descansaban los restos del santo, alrededor del año 813, numerosos cristianos del norte de la geografía comenzaron a peregrinar a lo que hoy es Santiago de Compostela  para mostrar su devoción. Esta costumbre se convirtió en tradición, expandiéndose el fenómeno del Camino de Santiago a toda Europa, por lo que la ciudad santa se convirtió en uno de los centros de peregrinación más importantes de la cristiandad, junto a Roma y Jerusalén. 

Como bien dice Antón Pombo, el mayor experto en el Camino de Santiago, autor de guías como 101 lugares del Camino de Santiago Sorprendentes, recientemente publicada, que el Camino es “una gran oportunidad para soledades y convivencias en pequeños grupos, para disfrutar de la historia y el arte, también del medio rural y agrario, y por supuesto de la naturaleza, pero sobre todo un paradigma para meditar sobre el cambio de valores que precisa el futuro”. Sigue leyendo para conocer la reflexión que hoy, en nuestro blog viajero, nos deja el propio Antón.

AHORA, EL CAMINO

Por Antón Pombo

La mercadotecnia actúa para ofrecer, en el escenario Covid, los productos turísticos que se entienden como más adecuados para un consumo seguro, y su envoltorio o vitola predilecta es la naturaleza, entendida como lo antagónico a lo urbano, en referencia a los espacios abiertos, vinculada a una difusa idea de libertad, siempre asociada al agua, el bosque, lo verde, la ecología, el senderismo.

Se han buscado grandes recursos que encajen bajo la anterior premisa, y en la mesa de trabajo de estos gabinetes publicitarios ha irrumpido con fuerza el Camino de Santiago. Su marca está indiscutiblemente asociada a los valores que en esta coyuntura cotizan al alza en la bolsa del turismo, entre ellos el de la seguridad, por más que quienes a él se abrazan saben que en la ciénaga que nos movemos no hay terreno firme al cien por cien, ya que vagamos por un laberinto estadístico jalonado de sorpresas y entelequias.

A través de diversos eslóganes se ha pretendido identificar la ruta jacobea con un baño de naturaleza, y el peregrinar como una forma prístina de senderismo. Entendemos que se ha hecho con buena intención, y desde luego con prisa en el afán de aportar escapatorias, pócimas sugerentes para el consumo veraniego, soluciones para quien se sienta atrapado en el marasmo.

Y sin embargo…, el Camino de Santiago no es, por supuesto, un producto que se pueda empaquetar y vender con facilidad, aunque ya se haya intentado con un resultado más que cuestionable para el usuario incauto. Hoy ya se habla sin ambages de la figura del “turigrino”, aquel que se conforma con hacer algunas etapas finales, las bendecidas con la expedición de la Compostela o documento de peregrinación, vano consuelo para quien renuncia a una gran aventura secular y se conforma con las migajas de lo fugaz.

Porque el Camino no es una vía verde aunque atraviese, cualquiera de sus itinerarios, espacios naturales más o menos protegidos, ni tampoco una ruta de senderismo, más larga o mejor organizada que otras, sino ante todo un itinerario sagrado y de espiritualidad, en primer lugar, e histórico, en segundo, que mantiene su capacidad de convocatoria a lo largo de prácticamente doce siglos.

Por lo tanto, los valores del Camino no son en absoluto equiparables a los de otros itinerarios culturales o de senderismo de nuevo cuño, sino una experiencia singular que, más allá del banal consumo, que pronto conduce al olvido, suele marcar a quien la realiza, sobre todo si le dedica tiempo y llega a empaparse en sus claves.

Bajo este prisma, la vivencia del peregrino supera el mero estadio de la conexión con la naturaleza (también con entornos urbanos y espacios alterados por la actividad humana) y se desarrolla en una doble vertiente, pues además de la meramente física también incorpora la definida como Camino interior, que es la de la introspección y la reflexión, tan necesarias en los tiempos que vivimos. De ahí que ahora, el Camino, sea una gran oportunidad para soledades y convivencias en pequeños grupos, para disfrutar de la historia y el arte, también del medio rural y agrario, y por supuesto de la naturaleza, pero sobre todo un paradigma para meditar sobre el cambio de valores que precisa el futuro.