Saliendo de tierra colombiana

De camino hacia Centroamérica, al final de nuestra etapa en Colombia, nos enfrentábamos a la imposibilidad de atravesar el Tapón del Darién, una masa selvática infranqueable donde no existen carreteras ni caminos: terreno del narcotráfico y del tráfico de personas. Para pasar de Colombia a Panamá solo hay tres posibilidades: en avión, en ferry desde Cartagena o bordeando la costa en lanchas locales (de Turbo hasta Carti).

Sapzurro en el  Mar Caribe

Tras llegar a la paradisiaca Capurgana, nos hospedamos frente a una casa que había pertenecido a Pablo Escobar. Al caer la noche, vimos a cientos de inmigrantes indocumentados que huían hacia el Darién perseguidos por los militares. Al día siguiente, nos encaminamos por la selva hacia Sapzurro –último pueblo de Colombia–, sabedores de que allí anclaban varios veleros. Ya que no podíamos pedalear, a Jorge y a mí nos rondaba la romántica idea de desplazarnos a vela y así rizar el rizo no utilizando otra energía que no fuera la de propia la naturaleza. Localizamos al African Queen y a su peculiar capitán, que accedió a llevarnos a Panamá en dos días por 200 dólares –comida y logística incluida–, un precio más económico que cualquiera de las otras tres opciones anteriores. El segundo día de travesía el capitán nos dijo: Chicos, estáis locos y eso me gusta, así que os llevaré por las islas San Blas. Tenéis suerte porque mis clientes pagan 650 dólares, y normalmente llevo de 12 a 14 personas, pero vosotros tenéis el barco a vuestra disposición…

Los indios Kunas en las islas de San Blas

La llegada al paraíso de los kunas y el fin de la vida pirata

San Blas es un archipiélago panameño de 356 islas, aunque solo 80 de ellas están habitadas. Es la imagen del Caribe que todos tenemos en la cabeza. Si existe un paraíso, sin duda tiene que estar aquí. Los indios kunas gozan de total autonomía sobre estas islas, gestionándolas y administrándolas desde sus canoas… En total, fueron cinco días de máximo disfrute donde pudimos nadar entre delfines, dormir en nuestra propia isla al calor de una fogata y ahogarnos en ron. Durante el día buceábamos, pescábamos y por la noche nos atiborrábamos de langosta y pargo rojo.
Todavía recuerdo al capitán del African Queen despidiéndose en el embarcadero de Carti, apenas unas chabolas entre una masa selvática. Pero la vida pirata había tocado a su fin… y así empezamos a dar pedales hacia Panama City.

Panamá city

El Pájaro por los suelos y la marcha de Jorge

Perseguido por mi habitual caos, el no recordar que en el transporte a Capurgana había olvidado poner el eje delantero fue un error de novato que pagué muy caro. En una bajada la rueda delantera se desprendió de la bicicleta, propinándome un fuerte golpe y ocasionándome abrasiones en los brazos y las piernas, por no hablar de la bicicleta, que resultó deteriorada. Di tantas vueltas de campana que fui a parar al lecho de un río. Mi compañero Jorge se encargó de subirme a una pick uppara cubrir los 40 km que nos quedaban y buscar un alojamiento barato. También trató de convencerme de ir a un hospital, pero soy terco como una mula y preferí quedarme cuatro días en la capital recuperándome del accidente.
Después de más de tres meses, lamentablemente tuve que despedirme de Jorge. Mi querido compañero tenía que volver a Londres para seguir con su vida, mientras yo volvía a pedalear de nuevo solo. Con el cuerpo magullado continué camino hacia Costa Rica pernoctando en playas y pequeñas canchas deportivas entre la frondosa vegetación y renunciando a cruzar la cordillera Central para ver el archipiélago de Bocas del Toro. Mi pierna crujía como una nuez cada vez que intentaba flexionarla.

Papagayos en la selva del Dairen, Panamá

Clodomiro

Una de las partes más tristes de este viaje es ver a animales atropellados. He visto de todo, desde animales domésticos a cocodrilos o pitones. Esa mañana era la última que pedaleaba en Panamá. Andaba un poco dormido pues eran las 7 h. El sol ya empezaba a apretar, cuando me encontré a un perezoso muerto con un golpe en la cabeza. Me detuve y miré al animal. Ya me han amargado el día –me dije a mí mismo–. En esta parte la selva llega a los márgenes de la carretera y, al volver a colocar mi pie sobre el pedal, me pareció ver una bola de pelo moviéndose entre la vegetación. ¡No puede ser! Es un bebé perezoso. Tengo que hacer algo. ¡Acaban de atropellar a su mamá!
Agarré al perezoso sin que éste opusiera resistencia, lo miré y le dije: Clodomiro, no te preocupes, no te dejaré tirado. Quedaban 10 km hasta el siguiente pueblo, allí podría entregarlo a las autoridades, que se encargarían de él. El animal se aferraba a mi brazo como una lapa. La ternura de aquella cría hizo que se me saltaran las lágrimas imaginando su drama. ¡Caray! Yo soy un tipo duro. ¡Qué me está pasando! Entregué a Clodomiro a la policía, que me aseguró que lo llevarían a un centro de recuperación de fauna silvestre. Trotamundos, a veces las historias no tienen un final feliz ¿o sí?

Junto a Clodomiro, entregandolo a la policia local