Texto y fotos: Pepo Paz Saz

En España contamos con dos de los trazados de vía estrecha más largos de Europa: bienvenidos a la aventura del tren. En estos tiempos donde no importa tanto el cómo y sí el cuánto o la visibilidad, la cantidad de “me gusta” o de seguidores frente a la intensidad de lo vivido, que te propongan hacer un viaje en tren y que este se convierta en el centro de la experiencia puede sonar un poco a pamplina.

Pero cuando uno llega por vez primera a la vieja estación del tren de Matallana, en León, y accede a su vestíbulo, empieza a darse cuenta de que a lo mejor la idea de viajar durante unos días a lo largo de estas líneas centenarias de vía estrecha le va a deparar unas cuantas sorpresas. Peripecias agradables que convertirán el viaje en inolvidable evocando luego, ya de vuelta en casa, los bellos y remotos paisajes por los que discurre la línea o las conversaciones con las gentes que abordan los vagones entre sus estaciones y apeaderos; hasta los inconvenientes de aventurarse por rutas dejadas de la mano del operador ferroviario (vagones grafiteados que impiden a veces la visión del itinerario, averías frecuentes, suspensiones de servicio y tramos alternativos en autobús). Las posibilidades son varias y a la carta: se puede seguir la ruta del antiguo tren de La Robla entre las capitales vizcaína y leonesa; o pespuntear toda la cornisa cantábrica entre Bilbao, Santander, Oviedo, Gijón y Ferrol. Tú decides, viajero.

No es un crucero turístico

Pareciera que llevan circulando toda una vida, pero no: fue en julio de 1983 cuando el primer Transcantábrico arrancó su viaje inaugural echando a rodar un bonito romance entre la vía estrecha y los trenes turísticos españoles. Pero no te proponemos ahora embarcarte en este crucero turístico que le tomó prestado su nombre al escritor leonés Juan Pedro Aparicio de un libro convertido ya en un imprescindible con las décadas, sino todo lo contrario: se trata de aprovechar el importante descuento que acumulan los abonos (mensual o bimensual, el FeveRail) y que planifiques tu trayecto con las paradas intermedias que decidas por tu cuenta, para recorrer a pie o en bicicleta los senderos de las montañas cántabras, gallegas, asturianas, leonesas y palentinas, o hacer un refrescante alto en las aguas del Embalse del Ebro, desviarte hasta la boca meridional del túnel de la Engaña, que te acerques a los espectaculares secretos naturales de las Merindades burgalesas, entre senderos, cascadas y algunos de los complejos kársticos subterráneos del norte peninsular o que recorras las Vías Verdes de la Vizcaya minera.

No es un viaje solo para mochileros, pero podría serlo. No lo es, tampoco, para amantes de las btt aunque siempre podrás acomodar tu bici en los vagones. Es una propuesta para los que quieran olvidarse del coche por unos días y disfrutar, por qué no, del litoral cantábrico, de sus playas e inaccesibles acantilados.

Siguiendo el Camino de la Costa a Compostela

Durante los meses estivales, los de mayor afluencia de peregrinos hacia Santiago, es usual compartir convoy con algunos peregrinos que aprovechan la vía estrecha como atajo en su ruta costera. Los he visto hace apenas una semana tomar el tren en Oviedo y luego bajarse en Luarca o en Navia. Y mostrar su billete al revisor hasta Ribadeo. Pero los hay que vienen de más lejos y aprovechan algunos de los albergues que se pegan a las vías entre Santander y Torrelavega, por donde la costa cantábrica se vuelve quebrada e inhóspita.

El tren es una manera barata y sostenible de desenredar la maraña viajera del norte peninsular. Hacerlo en unas líneas que nacieron para servir a las industrias mineras y siderúrgicas y que, con el paso del tiempo, se han reconvertido para el uso de pasajeros, una experiencia gratificante.

Si te quedas con ganas de planificar tu viaje en tren por el norte de España te recomendamos que no te olvides de este libro Viajar en tren por el norte de España del periodista, viajero y escritor Pepo Paz Saz.

¡Pasajeros al tren!