Autor: Francesc Ribes

Su existencia está documentada desde 1988, pero el concepto no se popularizó hasta una década después, cuando el regatista Charles Moore navegaba de Hawái a California y se topó con una inmensa concentración de plásticos y otros desechos flotando a la deriva. El término “isla de plástico” pronto se popularizó en los medios de comunicación y nos enfrentó a la realidad de que la basura lanzada al mar no desaparece por las buenas, y menos si es de plástico. Han pasado dos décadas y ya sabemos que lo que vio Moore no era una singularidad: además de la gran mancha de basura del Pacífico norte, se ha constatado la existencia de otras en el Pacífico sur, el Atlántico norte y sur, y el Índico, es decir, en los cinco grandes giros oceánicos donde convergen las corrientes marinas; además, sin ser tan grandes, las concentraciones de basura flotante arrastrada por las corrientes se detectan en todos los mares del mundo.

Hoy sabemos que las islas de plástico no son tales, sino inmensas sopas de microplásticos procedentes de equipos de pesca abandonados y objetos de consumo cotidiano: bolsas, envases, botellas… Lo que envuelve casi todo lo que compramos y consumimos. Con el tiempo, el plástico se desmenuza en fragmentos cada vez más pequeños que dañan los ecosistemas y envenenan a los animales que los ingieren, por no hablar de los perjuicios socioeconómicos que la basura acumulada en las playas causa al sector turístico.

La mancha de residuos que vislumbró Charles Moore cambió su vida. Veinte años después de su atroz descubrimiento, lidera la fundación Algalita, que investiga el impacto de la basura vertida en los océanos. Moore ha reconocido que es imposible a corto plazo retirar los microplásticos del mar: es como tratar de aspirar superficies que triplican la de España. La única solución, en su opinión, es contener la fuente, es decir, consumir menos plástico.

En España, según Ecoembes, se recicla el 75% de los envases de plástico, por encima de la media europea. Ya nos hemos acostumbrado a ir a la compra con bolsas de tela y a pagar por las de plástico, y no nos asusta la propuesta aprobada por el Parlamento Europeo para prohibir en 2021 los plásticos de un solo uso (cubiertos, platos, bastoncillos, pajitas, botellas…). Pero aún queda mucho por hacer y, como viajeros, es decepcionante comprobar que muchos países, incluso desarrollados, aún no afrontan la lucha contra el plástico como un reto vital.

Además de hacer todo lo posible para consumir menos plástico en casa, como turistas responsables, podemos contribuir a reducir su huella en aquellos países que visitemos. Es fácil si se siguen estas recomendaciones:

  • Llevar una bolsa de tela: sirve para todo, apenas abulta y no pesa.
  • Usar botellas de agua reutilizables: vuelve la cantimplora, ahora en forma de botella de acero inoxidable que, además, funciona como termo. Excepto en aquellos países donde el agua del grifo no es recomendable para el consumo humano, se ahorra un montón de botellas de plástico.

  • Llevar bolsas portabocadillos de tejido impermeable para los picnics improvisados.
  • Despedirse de las pajitas: son innecesarias y no se reciclan. Y si no se puede prescindir de ellas, llevar una propia de acero o de material biodegradable.   
  • Elegir bebidas en envase de vidrio, en lugar de plástico o brik.
  • Comprar recuerdos de materiales naturales (madera, caucho, tela…).
  • Evitar en lo posible los cubiertos y platos de plástico.
  • Y, cuando no se pueda renunciar al plástico, al menos asegurarse de depositarlo en el contenedor adecuado para su reciclaje.

 

 

Fotos: Roman Mikhailiuk, Pablo Hidalgo, Ирина Кролевец, Przemysław Ceglarek, Мария Замчий, jessmine, Andreas Steidlinger/123 RF