Puede que no exista ninguna otra obra realizada por el hombre que inspire tantas y tan variadas emociones como los faros. Soledad, protección, calma y a la vez agitación, melancolía, nostalgia, admiración y, sobre todo, la percepción de una arquitectura que, aunque sigue teniendo una función práctica, da la sensación de ser ya algo del pasado, donde estas torres iluminadas y palpitantes eran el único cordón umbilical entre la tierra y los marinos que recorrían sus peligrosas costas.  Quizás por eso no los veamos como una simple y fría construcción de piedra, sino más bien como algo vivo y humano que ha protegido durante siglos a marineros y pescadores de los violentos cambios de humor del mar. Estas vetustas estructuras de piedra son también la imagen de una integración amable y sostenible, casi en armonía con esa naturaleza que los rodea resistiéndose a ser domesticada.

Por todos estos motivos, los faros son una parte más de un paisaje que muchas veces es sobrecogedor, pues a menudo se levantan en lugares auténticamente salvajes, de una belleza impresionante. Y, es precisamente, esa unidad entre el faro y su entorno lo que se quiere plasmar Julio Herrera en las fotografías del libro, recientemente publicado, Faros. Luces del norte.

El fotógrafo ha buscado la personalidad de cada faro, su espíritu y sus imágenes más atractivas y espectaculares, aunque sean las menos habituales; por eso se juega con los amaneceres, los atardeceres, las tormentas, los temporales, las nieblas, el instante fugaz..., y siempre tratando de conjugar la terrible fuerza de la naturaleza con los elementos que mejor representen la idiosincrasia de cada faro.

Os dejamos la descripción de la mano y la cámara del propio autor, Julio Herrera, del faro de Lastres, en Asturias, uno de los 50 faros que conforman este viaje evocador al norte de España y que abarca desde el faro de Cabo Silleiro, en Galicia, hasta el faro de Biarritz, en el País Vasco francés.

Cuando todo pase, este verano, puede ser una magnífica opción para realizar una ruta para visitarlos. Los motivos son variados, pero destaca la belleza del paisaje y el entorno natural en el que se sitúan, el significado de los faros para marineros y gente de tierra y, por supuesto, para conocer más los maravillosos pueblos y villas de nuestra costa norte.

Texto y fotos: Julio Herrera

Faro de Lastres: el faro del silencio

La primera vez que me acerqué a este faro fue toda una experiencia para los sentidos, y cuando digo sentidos me refiero a más de uno.

Lo primero que me emocionó fue como me iba acerando cada vez más y más, a través de estrechas carreteras, en un mundo rural que parecía haber resistido el paso del tiempo, ajeno a esa impersonal modernidad que lo impregna todo y alejado aún más de ese mundo de prisas y alta tecnología que nos parece tan normal e importante.

Era mayo y una explosión de color se extendía por las praderas que rodean al faro: lirios amarillos, amapolas rojas, dientes de león y muchas especies de orquídeas se unían en una sinfonía de colores, pero también de olores. El ambiente estaba cargado de un agradable aroma a campo silvestre.

Al final del camino, en medio de este campo, se erguía el esbelto faro de Lastres, también llamado de Lluces por ser ese el pueblo más cercano. Su fuste blanco contrastaba poderosamente con los prados verdes y las numerosas flores. Dejé el coche al final de la carretera y fui paseando por un corto camino rodeado de pastos, a veces ocupados por plácidas vacas, hasta el faro.

A pocos metros del faro se alzan unos acantilados de vértigo, más de cien metros de altura, que te hacen contener la respiración. El espectáculo visual es impresionante: tanto hacia el este como hacia el oeste se levanta una costa escabrosa pero muy hermosa, una de las más salvajes de la costa asturiana y por extensión de todo el Cantábrico.

Tras mi primera visita al faro de Lastres vinieron muchas más, ya más planificadas, en busca de los prodigiosos amaneceres y atardeceres. En numerosas ocasiones disfruté, en plácida soledad, de las puestas de sol, la hora dorada, la hora azul y, finalmente, las miles de estrellas tapizando el fondo del faro.

Este es uno de los faros que más me ha gustado fotografiar ya que sus posibilidades son infinitas. Lo he usado como hito en imágenes con luna, crepúsculos, tormentas, estrellas o nieblas.

Recuerdo con gran satisfacción una sesión en la que una espesa niebla del mar comenzó a penetrar hacia el interior cubriéndolo todo, la noche ya había caído y los haces del faro parecían brazos fantasmagóricos. Me puse a hacer fotografías durante horas en medio de un hermoso silencio que siempre recordaré.